La vida es una película. Dirígela bien.
26. ene., 2021
Es extraña la manera en la que algunas veces nos llega una información inspiradora. Yo descubrí que Doris Day fue cantante antes que actriz, un día cualquiera, cuando confluyeron los astros y perdí el autobús de las 10:55. Necesitaba llegar a tiempo a una cita médica y no me quedó más remedio que buscar un taxi. Llovía a cántaros en una ciudad en la que la frecuencia de borrascas es de una o dos en todo el año. Me puse a hacer malabares con el paraguas y el bolso y, mientras intentaba encontrar el móvil en algún lugar, maldecía mi mala suerte. Sin embargo, a pesar de mis enfurruñados pensamientos, al doblar la esquina, apareció ante mis ojos el taxi que necesitaba. Conducía una mujer de unos cuarenta años. Me hizo un gesto de bienvenida y entré al vehículo empapada y preguntándome porqué tuve que elegir justo el paraguas de la polea atascada. De repente, mientras me ajustaba el cinturón de seguridad y le comunicaba a la taxista el lugar de destino, percibí una paz y una tranquilidad en el ambiente que rompían por completo con el caos de la realidad exterior. Era la música. Pero, ¿Qué es esto? ¿Jazz en un taxi a las once de la mañana? —pensé. Sonaba una versión preciosa del 'Perhaps, perhaps, perhaps' de los años 40. Le pregunté a mi conductora a quién teníamos el placer de escuchar y me respondió que a una tal Doris Kappelhoff, más conocida como Doris Day. ¿Doris Day?¿La actriz?, le pregunté. Y me respondió que sí, que la famosa Doris Day empezó su carrera artística como cantante, aunque en realidad quería ser bailarina pero un accidente le rompió ese sueño. Me contó también que a la actriz no le gustaba nada su nombre artístico, que le parecía un nombre de stripper cuando, curiosamente, pasó a la historia del cine como la personificación de la inocencia. El trayecto siguió y yo iba encantada sintiéndome en primera clase y escuchando después a Ella Fitzgerald y seguidamente una selección de música de bandas sonoras de películas muy conocidas. Mi inolvidable taxista, continuó ilustrándome hasta llegar al final del trayecto. Entonces me di cuenta de dos cosas: de lo corto que se me había hecho el itinerario y de que quizás, quizás, quizás... hay días en los que perder el autobús es todo un golpe de suerte.